POR UNA MIGRACIÓN SIN MALES, LLENA DE MISERICORDIA

«… Y EL SEÑOR ME CONDUJO ENTRE ELLOS, Y, CON ELLOS, HICE MISERICORDIA…»

Carta al Hermano Francisco de Asís.
Hermano Francisco…
¡El Señor te dé la paz!
Se acerca ya el día en que celebramos tu paso de la vida a la plena vida. Acabo de participar en una eucaristía en la que un obispo decía que siempre que se habla de ti o sobre ti, queda uno pequeño, con cierto sentimiento de incompletud. Yo prefiero no hablar de ti, sino hablar contigo, escribirte…
En este años, Francisco, he vivido en carne propia lo que tu viviste cuando te acercaste a los marginados de tu tiempo: … cuando vivía en pecado, lo que era amargo se me convirtió en dulzura, el Señor me condujo entre ello y con ellos hice misericordia… Sí Hermano, en estos años ha sido el Señor quien me ha conducido a ellos, a los expulsados; a esos que como carne podrida, el sistema va desechando porque son malolientes, porque no producen… y los vomita para lanzarlos en todas direcciones, principalmente hacia el norte.

Una migración llena de males.

Quiero hablar a tu corazón y decirte que miles de peregrinos y forasteros, migrantes como ahora los llaman, salen de sus países forzadamente. ¿Quién, que no tenga alimentación, educación, salud, seguridad, paz, justicia, vida plena, no se verá obligado a salir a buscar todos esos derechos en otro país? ¿Quién, que sea testigo cómo su pueblo se ha transformado en un infierno por la violencia extrema, la persecución criminal, no buscará el “cielo” en otro lugar? Sueñan ellas y ellos con una vida mejor, sueñan los niños con jugar juegos que les den una felicidad momentánea, sueñan los jóvenes con trabajar para pagarse sus estudios, tener algunas distracciones, sueñan las jóvenes madres y padres con heredar a sus hijas e hijos no la miseria que han recibido, sino un patrimonio que les de seguridad, sueñan los adultos mayores con una última oportunidad para “hacer” al final de su vida un poco de dinero.
Y con esos sueños se aventuran a buscar hacerlos realidad, salen con casi nada sobre sí. Las y los migrantes que vienen de Centro y Sudamérica, son un pueblo en permanente éxodo que va dejando su vida en el camino. Ya desde su lugar de origen, con su vida negada se enfrentan con sus primeros victimarios, las policías y corporaciones migratorias que les exigen lo poco que cargan para dejarlos pasar. Pero eso no es nada, al entrar a México por cualquiera de sus fronteras las y los migrantes empiezan a dejar en el camino sufrimiento, llanto, dolor, sangre, sus propios cuerpos mutilados y humillados.
La migración de esta región, Francisco, es una migración llena de males, de mafias, de crimen organizado, de xenofobia, de crueldad y de terror. Y sin embargo, las y los migrantes a pesar de todo siguen su camino, pues puede más su hambre, su sed, su carencia de todo que cualquier cosa que les pueda pasar. Ya nos lo han dicho muchas veces: el viaje que emprenden los migrantes se ha tornado en el más peligroso viaje que persona en este mundo puede hacer.
Hermano Francisco, en tu tiempo, otros eran los males que aquejaban al mundo; fuiste testigo de la transición del sistema feudal al sistema basado en el intercambio del capital. Esto produjo muchos males, miles de personas sometidas al diabólico feudo, salieron de él y se crearon las primeras ciudades: ¡cuántos marginados! ¡cuánta gente muriendo por las decisiones de unos cuantos! Hoy, el sistema que impera ha hecho lo mismo pero a escalas mucho más grandes, los males se han multiplicado; de manera que estamos frente a un pueblo migrante masacrado.
Las personas migrantes portadoras de esperanza, sujetos del imperativo cambio de rumbo en la historia. Y a pesar de todo, ellas y ellos son portadoras y portadores de esperanza, pues son un potencial que puede cambiar el rumbo del mundo. Al salir de su patria, las y los migrantes, muchas veces sin saberlo, se convierten en sujetos que van transformando la historia, las estructuras; pues al cruzar las fronteras se hacen verdaderamente universales, no hay nada más universal que su pobreza y su ansia de vencerla. Se hacen ciudadanos del mundo, hermanos universales, como tu Francisco. Y en este sentido son radicalmente revolucionarios, pues no solo rompen fronteras, sino van exigiendo se les respeten sus derechos que les son negados desde sus países de origen.
Ellas y ellos son parte de un mundo negado, que lo han querido exterminar sin misericordia en todas las rutas migratorias, víctimas inocentes. Pero en las vías del ferrocarril, en las Casas para migrantes, Francisco, se está gestando el otro mundo posible, pues vías y casas son Pentecostés cotidianos donde todas y todos hablan el mismo lenguaje: sufrimiento, enfermedad, pobreza, violencia, duelo. Todas y todos en este México migrante gimen el mismo dolor de ser parte de un sistema estructuralmente violento, pero también todas y todos hablan el revolucionario y violento lenguaje del amor, del seguir caminando a pesar de los obstáculos hasta encontrar la vida digna, compartiendo la existencia arriba de la bestia, asumiendo los mismos peligros e intentando llegar todas y todos a sus destinos. El sistema que los ha excluido, los vuelve significativamente incluyentes entre ellos y ellas.

Ellas y ellos van dejando esperanza.

Por una migración sin males, llena de esperanza y misericordia
Francisco, en tu tiempo lograste junto con otras y otros sembrar la semilla del cambio. Sin quererlo fuiste protagonista y con el movimiento que generó el Espíritu por medio tuyo, al lado de mujeres y hombres apasionados, lograron poner paz, justicia, bien en muchos lugares y en otros regaron las semillas del mundo fraterno.
Ahora en nuestro tiempo, con mucho temor, vamos haciendo el otro mundo, vamos torciendo las vías de la “bestia” para que cambie de dirección, vamos asumiendo un nuevo modelo de sociedad. Pero sobre todo, las y los migrantes se van tatuando en el corazón, en lo más hondo de sí la libertad, la dignidad, la fraternidad, la misericordia y la esperanza. Pues aquellas y aquellos que han sido víctimas humilladas, una vez que se levantan, no vuelven a bajar la mirada y exigen a las autoridades encargadas de procurar la justicia que ésta la saquen de las cuevas de la impunidad donde la tienen escondida y amordazada; exigen a las autoridades migratorias que les den paso libre, que nunca más argumenten una política migratoria de seguridad nacional, paranoica, sino una administración migratoria humana y humanizante.
A eso queremos llegar Francisco, a una migración sin males. Cómo no recordar tus esfuerzos por la paz, por la fraternidad, cómo no recordar que en tu tiempo, en el convulsionado mundo que te tocó vivir, te atreviste revolucionariamente a hacer la paz en medio de la guerra, a hacer misericordia con los que nunca habían escuchado la palabra perdón, trajiste luz a un mundo que vacilaba en la oscuridad, trajiste dignidad al prostituido sistema estructural que permeaba y despojaba de todo a los más empobrecidos. Para esto te revolucionaste a ti mismo, pues te despojaste del mundo consumista, de altura y bajaste a besar a los pobres, a los enfermos de lepra, a levantar la dignidad, a mudar de aires el mundo entero. Locamente te esforzaste por proteger a los peregrinos y forasteros, a quienes llamaste nuestros maestros y señores.
Hoy, hay muchas y muchos que con pasión, no sin rechazar el dolor, se esfuerzan por una migración sin males, donde las víctimas migrantes sean las protagonistas de un camino sin violencia.

Nuestra vieja Iglesia, se rejuvenece con la atención integral a los migrantes.

Hermano Francisco, en tu tiempo las instituciones estaban fragmentadas, llenas de corrupción. La Iglesia no estuvo exenta del colapso estructural. Se alejó del ideal evangélico, ganó mucho poder y sometió a los dueños del mundo, pero perdió la razón de ser de su existencia y con ello, su fidelidad quedó destrozada y entre sus opciones no estaba más el anuncio del Reinado de Dios.
Hoy, también lo tenemos que aceptar Francisco: Hay un deterioro eclesial que ha dejado a la Iglesia del primer mundo con los templos vacíos y a la de los otros mundos, sin el consuelo a los más necesitados. Se ha buscado mucho el poder y en muchos lugares, las personas que están al frente de la Iglesia, no han emprendido la batalla por hacer que Dios reine.
La búsqueda de privilegios, por una parte, y el miedo a perder las escandalosas comodidades de todo tipo, por otra, han metido a la Iglesia al vergonzoso fango de la ambigüedad. La Iglesia, hermano Francisco, no escucha los gritos clamorosos de millones de seres humanos que viven sin justicia, no ve cómo silencian cotidianamente el clamor de los empobrecidos. Y dolorosamente lo tenemos que decir, no siente las tristezas de las mujeres y hombres de nuestro tiempo.
El Pueblo migrante que no para de caminar, ya no pertenece más a esa Iglesia, pero son gente de profunda religiosidad, van con la fe a la intemperie, y sin embargo, ese pueblo es un potencial evangelizador, pues en el sentido estricto literal del término van anunciando buenas noticias.
Pero hay un consuelo Francisco, siempre hay un resto fiel, la mayoría de las personas que atienden a las y los migrantes en su camino son también gente de profunda fe, con ellas y ellos, la Iglesia en México ha irrumpido nuevamente. Vemos pues a la Iglesia, caminando en las vías, subiéndose a la bestia, asumiendo la persecución con las víctimas inocentes. Esa Iglesia es la que está en las Casas de migrantes, abriendo los brazos para consolarlos, curando las heridas, dando de comer y beber a los hambrientos y sedientos y también asumiendo la crucifixión que se le hace al pueblo migrante.
Es esa Iglesia la que se ha puesto de parte de este pueblo migrante, camina al lado de él, la que lo ayuda a cargar su pesada cruz y la que quiere bajarlo de la misma para que ya no muera más. Esa Iglesia es la que se ha enfrentado a las autoridades para denunciar su corrupción y su impunidad; es la Iglesia que exige con radicalidad que se frene el holocausto migrante.
Es la Iglesia de Jesús de Nazaret, la que en tu tiempo “reconstruiste porque amenazaba ruinas”. Es la Iglesia hermana, mujer generadora de vida; constructora de fraternidad, apasionada para que la justicia y la paz se abracen permanentemente. Pero también es la Iglesia perseguida por estas causas, la Iglesia que se apasiona y sabe que su destino final será siempre la muerte – matriz de nueva vida.
Dios está con esta Iglesia y con este pueblo migrante. Dios va caminando con ambos y no los dejará nunca. Es la Iglesia – misericordia que quiere una migración sin males para este pueblo abandonado por todos menos por Dios.
Hermano Francisco, cuánto aprecio tu cercanía y tu herencia. Es un privilegio ceñirse el sayal de los pobres de nuestro tiempo y calzarse las sandalias del eterno caminante.
Francisco, concédenos de parte de Dios, ningún privilegio, más que el no tener ninguno, ayúdanos a caminar al lado de este pueblo y asumir con ellos su persecución.
Tu hermano.
Tomás González
Tenosique, Tabasco, octubre de 2012.

Fotos: JLCT